A lo largo de su recorrido serpenteante, el río Tajuña desciende desde su nacimiento en Maranchón (Guadalajara), en la Fuente del Carro, cerca del pueblo de Clares en el Alto Tajo, cruzando tierras fértiles y acariciando con sus aguas los pueblos y valles que encuentra a su paso, hasta llegar al margen izquierdo del Jarama antes de fundirse con el Tajo. 

Al llegar a Brihuega, el Tajuña se entrelaza en un escenario que invita a la contemplación y el respeto, antes el embalse de la Tajera ya se ha encargado de amansar sus aguas.

En este tramo, el río se adentra en un valle que parece custodiar la rica herencia monumental de Brihuega, donde el Castillo de la Peña Bermeja, lo observa desde lo alto, como testigo silencioso de siglos de historia. Este paisaje monumental, donde el paso del tiempo parece haberse detenido, se refleja en las aguas tranquilas del Tajuña, creando un cuadro de serenidad y grandeza.

Más allá de sus monumentos, Brihuega es también hogar de una comunidad arraigada a sus costumbres y tradiciones. Sus gentes, orgullosas de su tierra, viven al ritmo que marca la naturaleza. 

En los campos que rodean el río, en la meseta circundante, destaca la magia del paisaje cubierto por extensas plantaciones de lavanda, que en los meses de verano tiñen de púrpura el horizonte y perfuman el aire con su inconfundible fragancia. 

Por todo esto, el valle del Tajuña a su paso por Brihuega merece ser reconocido como un paisaje protegido. Las administraciones tienen ante sí la responsabilidad de conservar este espacio único, no solo por su valor ambiental, sino también por su significado cultural y social. 

Proteger este valle es garantizar que las futuras generaciones puedan seguir disfrutando de su esencia, de sus aguas claras, sus campos de lavanda y sus joyas arquitectónicas, que juntos forman un todo armonioso e irrepetible.

El río Tajuña, con su calma y su fuerza, es mucho más que un simple cauce de agua; es la vida que fluye a través del tiempo, conectando a Brihuega con su pasado y su futuro. Un paisaje digno de ser preservado, un tesoro que debe perdurar.