El Parque de María Cristina en Brihuega hace honor, sin ironía alguna, a su apellido: Las Eras del Agua.
Desde hace meses, una fina capa de agua rebelde se desplaza con desparpajo por este histórico enclave, como si quisiera marcar territorio o simplemente incomodar a quienes osan ignorarlo, es un susurro líquido, un lamento acuoso, que pide a gritos una remodelación que nunca llega.
Este pequeño manantial involuntario es la metáfora perfecta del parque: hermoso, sí, pero un poco descuidado, como un anciano venerable al que nadie le presta atención. El agua no fluye por casualidad; es su modo poético de enviar un mensaje, su “basta ya” disfrazado de lágrimas.
Podríamos pensar que son lágrimas de nostalgia, de impotencia o, quién sabe, de puro hartazgo ante tanto desdén institucional.
Mientras tanto, el parque sigue esperando, como una diva en su camerino, a que alguien—quien corresponda, claro está—se digne a devolverle el esplendor que merece. ¿Será una pertinaz sequía quien acabe con su llanto? ¿O tal vez un funcionario inspirado decidirá atender la llamada de auxilio antes de que el parque se convierta en una pequeña versión de Venecia?.
Y es una pena, porque María Cristina no es un parque cualquiera, su frondoso entorno, sus senderos arbolados y su historia centenaria son un guiño al paseante solitario y una invitación al cotilleo vecinal, es el pulmón verde de Brihuega, el lugar donde tradición y modernidad se dan la mano, aunque a veces se tropiecen con un charco inesperado.
Aquí, las generaciones se cruzan para celebrar, recordar y seguir tejiendo la memoria colectiva de un pueblo que respira historia en cada esquina. Es testigo y protagonista de risas infantiles, suspiros enamorados y debates trascendentales sobre el tiempo, todo eso, claro está, mientras esquivas el agua que reclama su protagonismo.
En definitiva, el Parque de María Cristina de Brihuega no necesita presentaciones; necesita atención, porque hasta el más emblemático de los lugares puede cansarse de ser un escenario perfecto para fotografías, pero no para cuidados. ¿Quién tomará la iniciativa de secar sus lágrimas y devolverle su esplendor? Mientras tanto, el agua sigue fluyendo, y a “quien corresponda” mirando hacia otro lado.
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